sábado, 20 de octubre de 2012

El lenguaje inesperado de un soñador.

Puede que no recuerde exactamente las palabras, pero sé que el inolvidable maestro Francisco Hernández le dijo en una ocasión a Rafael Moreno: “No sueñes, pinta el sueño” y creo que de aquí nacieron los sueños pintados por Rafael. Lo inesperado, lo cotidiano, la calle desierta, las casas alineadas carentes de verdor, la falta inesperada de un paisaje que mitigue la angustia de lo cotidiano, se transforma en el valor de lo accesible, de lo que vemos al mirar de refilón sin pensar en el valor obvio de las cosas que componen nuestras vidas, de las cuales sabemos que no podríamos vivir sin ellas, que tienen que ser soñadas para ver su realidad al despertar de lo soñado. Porque podríamos preguntarnos: ¿qué era más real, las aspas del molino o los brazos del gigante con que sueña Don Quijote?.

No importan los años que han pasado desde que colgué la primera obra de arte que aún me acompaña. Es un balcón de uno de los edificios consabidos que hay en Madrid. Allí concentré mis recuerdos de hogar, de familia, de realidad soñada. Ahora, en la primera exposición de Moreno–Mata he vuelto a sentir ese reto de realismo que hace salir polvo del camino al paso de un tractor o de un camión en la calle solitaria, el mito vuelve a la realidad soñada y antes como ahora se produce una energía vital entre el cuadro y el que lo mira. El expectador siente una simbiosis energética, en que el sueño, como la energía, no se destruye, se transforma haciendo realidad lo soñado.

Mercedes Junquera Gómez, profesora emérita de Literatura Española de la Universidad de Bowling Green, Ohio y amiga entrañable.

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